El precio de adaptarse a ser basura

Hemos aprendido a experimentar la basura como un lujo. Hubo un tiempo, en efecto, en el cual los restaurantes-basura o los libros-basura eran subproductos destinados a las masas incultas, dóciles y amedrentadas. Ahora, no. Ahora tenemos restaurantes-basura de lujo, libros-basura de lujo (…). Hemos convertido, como diría Pierre Bourdieu, las «marcas de infamia» en «signos de distinción».

Jose Luis Pardo, Nunca fue tan hermosa la basura

Somos basura. Y, si no lo somos, hemos de aprender urgentemente a serlo. En el texto citado arriba, Pardo argumenta que estamos construyendo un mundo hecho para no durar, y que eso, sin duda y sin ambigüedades, redunda en un empeoramiento de nuestras vidas, por no decir no-vidas. Es decir, en un contexto donde la característica más valorada (para todo) es la capacidad de reciclarse, producimos a velocidad de vértigo profesionales-basura a la medida de un mundo-basura.

Así que, efectivamente, al final el objetivo era que nos convirtiéramos en mierda. Eso que se solía llamar “ser flexible” en la neolengua del coaching, una jerga con muchos anglicismos en la que lo importante es envolver la Nada con un bonito papel de regalo. Todo aquel que alguna vez haya hecho una cobertura en un palacio de congresos sabe de qué hablo: power point a las diez, café de networking a las doce, y una azafata que quizás tiene un grado en humanidades aguantando unos tacones de diez centímetros.

El congreso es al trabajo en general lo que la idealización del multimedia a la industria cultural. Hemos llegado a un punto en que lo más sangrante para los nuevos periodistas no es que estemos en paro o que trabajemos en precario,  sino que tenemos que soportar que nos caiga desde arriba (empresas, instituciones, academia) un discurso tan cínico que bordea la autoparodia. Por ejemplo:

Quizás deberíamos darnos cuenta de que aceptar sin reservas la cultura del pastiche, el mash-up, el remix, la reapropiación y la transmedialidad que es el ideal de ese periodista que corre en el anuncio de arriba implica renunciar a determinadas formas de crítica. Para explicarme mejor, pondré un ejemplo. En 1970, Janis Joplin grabó la canción «Mercedes Benz», que se apropiaba de la tradición de los espirituales negros para hacer una crítica al consumismo. Unos años después, la compañía alemana hacía de hecho un anuncio con esa banda sonora, donde el papel de los actores negros ocupaba, por cierto, un lugar relevante.

Lo que quiero decir es que si se prima la cita sobre el sentido y el medio sobre el fin, el más cínico tiene todas las de ganar. Su principal ventaja es que no necesitará cargar con el peso de ningún tipo de escrúpulos, y por tanto puede reapropiarse de lo que sea y modificarlo a su antojo; puede darle a un texto la vuelta, y podrá hacerlo cada vez más en la medida en que construyamos un mundo donde se privilegie la forma sobre el fondo.

Por supuesto, eso no significa que no se puedan tratar de aprovechar las herramientas a nuestro alcance. Pelear con una mano atada a la espalda, pero no con las dos. De hecho, en Twitter se ha construido todo un discurso en reacción a algunas de estas contradicciones.

Ahí está el germen, y sin embargo si llegan nuevas soluciones pillarán con el pie cambiado a algunos, como ya pasó por ejemplo con el 15-M. Cuando digo nuevas soluciones digo nuevas de verdad: nada de originales formas de publicidad, nada de convergencia empresarial, nada de esa sonrojante sinvergonzonería de que a los millenials nos encanta la inestabilidad y la incertidumbre y por tanto hemos nacido para ser free-lance.

Yo debo ser una marciana, pero no me gusta el paradigma del trabajo-basura y de la vida-basura donde mantener perfiles en muchas redes (y hacerlo siguiendo unas pautas profesionales) es un deber de mi tiempo de ocio. Debo ser una marciana pero no quiero conformarme con “colocarme a seis meses”, como las emisiones de deuda (el bono de referencia es a diez años, por mucho que sus intereses sean demasiado altos para mí y parece ser que también para el mercado laboral que me voy a encontrar). Debo ser una marciana pero creo que hay cosas que no están bien y me gustaría cambiarlas, no adaptarme a ellas, aunque es evidente que hacer esto no implica esconderse como ermitaños en una cueva, sino reconquistar los espacios que el marketing nos está robando, es decir, las redes.

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