Syriza, el último acto de la moderna tragedia griega

Por Jon Burgoa Muñoz (@Jon_Burgoa)

El domingo 25 de enero, Grecia clamó, en las elecciones más importantes de su historia moderna, contra la austeridad, los recortes y la represión de la troika. El país heleno volvía a recuperar, para orgullo de su pueblo, aquel sentimiento de unión ante la adversidad y el enemigo que la forjaron como nación antaño. Cuna de la Democracia, Grecia ejemplificaba una pregunta decisiva: ¿cambiar o continuar? Continuar por un cambio ya recorrido, escabroso y mal asfaltado, o cambiar de ruta, con un nuevo conductor que les llevase a buen puerto. Quizá en el cambio está la solución, y por ello una gran mayoría de electores dio su voto de confianza a Alexis Tsipras y a la Coalición de la Izquierda Radical, o Syriza, como ya se le conoce mediáticamente. La trascendencia de esas elecciones no solo ha influido en el pueblo, también ha traspasado las fronteras para hacer patente sus efectos en España, Alemania y Bruselas.

La austeridad que defendieron gobiernos como los de Papandreu, Papadimos, Pikramenos y Samarás no hicieron sino perjudicar más la situación de los desfavorecidos. Huelgas generales, dimisiones en bloque, malestar generado, suicidios o aumento de la pobreza son algunos de los efectos que se dieron en aquel bienio negro de 2010 y 2011. Syriza se mostró contrario a estas medidas. Se alzó como la alternativa que defendía «la esperanza del pueblo griego» y el fin de las penalidades. Apenas le bastó un año al partido de Tsipras para dar la vuelta a la tortilla aprovechando la mala situación de Nueva Democracia. Todo ello arrancando con las elecciones europeas de mayo que marcaron un antes y un después tanto en Grecia como en España, donde el fenómeno Podemos empezó con cinco escaños su carrera meteórica enarbolando los mismos patrones de Syriza.

Las elecciones más importantes para Grecia de los últimos años se saldaron con una participación del 63,5%. Syriza salió triunfal de esa jornada con un 36,3% de los votos (99 diputados), respuesta clara del rechazo frontal de la sociedad helena a Nueva Democracia, que se quedó con el 27,8% (76 diputados). El sistema griego tiene la particularidad de conceder un bono o plus de confianza al partido con más número de votos, que se interpreta en la práctica con la incorporación de 50 diputados más. Por este método, Syriza alcanzaba los 149 diputados, a tan solo dos (151) de conseguir una mayoría absoluta que le hubiese librado de los tan temidos pactos de gobierno. Sin embargo, la sorpresa, más allá de su victoria, fue la que dejó en escena los movimientos fascistas. La polémica formación neonazi Amanecer Dorado sigue teniendo afines en Grecia. A pesar de contar con toda su cúpula política en la cárcel desde hace dos años, no ha sido impedimento para que más de 400.000 griegos (6,28% de los votos en total) les confiara su voto y la auparan, con 17 diputados, a ser la tercera fuerza política.

Cerrados los colegios electorales, la gente se echó a las calles de Atenas sabiendo de antemano el resultado, sabiendo que el cambio había llegado, y que lo hacía para quedarse al menos una legislatura. «Esta noche los griegos pueden soñar, hoy está permitido», decía el político griego Kostas Isychos, miembro de Syriza. Canciones como La Internacional, Bella Ciao o Bandiera Rossa se escuchaban por las calles. Cánticos de alegría y lágrimas de emoción por algo esperado. Los ciudadanos griegos se mezclaban con el resto de ciudadanos europeos (españoles, portugueses, franceses, británicos y alemanes) que viajaron a Grecia para ser testigos presenciales de un hito político. Del mismo modo, políticos de la izquierda europea, como fue el caso del candidato por Izquierda Unida a las elecciones, Alberto Garzón, no quisieron perderse la victoria de sus compañeros de fila –ideológica– griegos.

Pero esa noche electoral fue curiosa. El protagonismo indiscutible lo tuvo Alexis Tsipras, pero la anécdota recaerá en su acción esa jornada en Twitter, al enviar su primer tuit de agradecimiento. No se trató de un mensaje institucional. Nada de subjetividades ni gracias a la gente o a los de su partido. Para nada. Mucho más alejado. A miles de kilómetros de allí, el actor británico Hugh Laurie, que inmortalizó en la pequeña pantalla al doctor House, escribía un tuit felicitando a Syriza por su victoria en Grecia. En Atenas, pocos minutos después, Tsipras le respondía con un escueto «Muchas gracias, doctor». Algo simbólico, pequeño en cierta medida, pero un gesto que causó revuelo en las redes sociales.

Los aplausos y elogios de la izquierda se vieron pronto enmudecidos por los mensajes fríos, díscolos y de prudencia formal que tanto la derecha como la troika mandaban a Grecia. El país sigue en Europa, y lo más importante, dentro del euro. Algo que tanto Merkel como Lagarde deben tener en cuenta. Pero a la troika no le importa esa obviedad tanto como que el pago de la deuda -que asciende hasta el 177% de su PIB– es algo obligatorio. Los agentes económicos miran despavoridos el futuro de Grecia, temerosos de las decisiones que en materia económica y fiscal pudiera tomar el nuevo Gobierno. Un Gobierno que se apresuró en dar forma. La jornada electoral dejaba paso a una mañana de resaca festivalera que pronto tuvo en portada la reunión de Syriza con los derechistas y nacionalistas de Anel, los primeros de la lista en busca del compañero de pupitre perfecto para el Consejo de los Helenos.

Panos Kammenos, antiguo miembro de Nueva Democracia rehabilitado y líder de Anel, firmó enseguida con Tsipras. Casi a la desesperada, contento por ser el primero con el que hablaba, no podía decir que no a una oferta tentadora como era la de estar en el Gobierno del cambio. Sus 13 diputados se sumaban a los 149 de Syriza, dejando el control de la cámara en 162 de los 300 representantes. Con más diputados -17- contaban los centristas de To Potami (El río, traducido al castellano), un partido que aspiraba a ser la bisagra de las elecciones y que se dio con un canto en los dientes, oxidándose todas sus posibilidades de gloria y viendo como Amanecer Dorado le superaba en intención de voto.

No obstante, para ser el partido del cambio, hay que admitir que no empezó con buen pie su andadura como Gobierno. La nula presencia de mujeres en el Ejecutivo símbolo del cambio suena a despropósito, a descaro y mala broma. Una decisión imprudente y mal tomada que no solo levantó las críticas de los compañeros europeos, también en las redes sociales, donde todas las críticas se canalizaron a través del hashtag (y Trending Topic) #SinIgualdadNoHayDemocracia. Después de ese clamoroso error, quedan para lo anecdótico la jura del cargo de Tsipras, escueta y por lo civil ante una Constitución, rompiendo con la clásica jura ortodoxa griega ante una Biblia y el arzobispo de Atenas -tradición que se remonta a doscientos años atrás- y la huida a toda prisa del gabinete de Samarás, dejando la casa del primer ministro patas arriba, sin recursos como agua o luz y sin las contraseñas del WiFi. «Esto no había pasado nunca. El equipo de Samarás no tiene ni maneras ni decencia», aseguraba un funcionario en declaraciones recogidas por el periódico alemán Spiegel.

Quitando estos asuntos de la lista, lo cierto es que el país heleno es el escenario político y económico donde toda Europa se mira en la actualidad. Iniciando el tercer acto de una moderna tragedia griega, Syriza sale a un escenario tambaleante, entre aguas turbulentas y amenazado por una hidra tricéfala, simbolismo de la troika atemorizante. ¿Y dónde se encuentra el moderno Hércules para acabar el segundo de sus doce trabajos? En la figura del ministro Yanis Varufakis, desde luego. Con él a la cabeza, Syriza no debe dudar a la hora de plantear necesariamente una quita de la deuda pública para romper, que no aflojar, el yugo que ata a Grecia.

Sin embargo, el camino está embarrado por el negativismo y el peso de Alemania en esta operación, más sabiendo el carácter férreo de la valquiria germana que parece obviar la quita que Europa le concedió a su país en 1953. Del mismo palo, ritmo y sermón se posiciona el ala conservadora, desde David Cameron hasta un Mariano Rajoy negado a valorar una quita, pero tampoco a olvidar que Grecia debe a España 26.000 millones de euros por su intervención en el plan de rescate. Ante esta marcada animadversidad, el país heleno debe superar sus miedos e inseguridades y convertirse en el catalizador del cambio de opinión entre los agentes económicos y políticos. Grecia es la primera pantalla del juego que Europa debe superar.

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